Línea Vida de ASSE

Aprender a perdonar y agradecer

Prevención de Bullying

14/04/2023

Ser adulto es aprender a perdonar y a agradecer. La persona con inteligencia espiritual no le reclama a la vida lo que le ha ocurrido; no le reclama a los padres lo que hicieron con él. Hay gente que pasa años en consultorios tratando de que su pasado sea distinto de lo que fue o esperando inútilmente que ese pasado cambie. Los psicoterapeutas tienen la responsabilidad de abrazar modelos que ayuden a perdonar, a sanar y no a quedar “eternamente reclamando”. Por eso ser adulto es salir del reclamo, salir de la eterna demanda. El niño demanda lo que quiere y está muy bien que lo haga, pero el adulto es quien debe decidir si responde a esa demanda o no y cuándo responder.
Esto es lo grave del mundo actual. Cuántas veces uno ha escuchado el “lamento neurótico” en el consultorio, “mis padres no me dieron suficiente amor”, y luego en el transcurso de la terapia van descubriendo que no era tan así, que si tu papá o mamá no estaba en casa cuando tú llegabas de la escuela era porque estaba trabajando o estaba cuidando a su mamá. Pero ese mismo padre o madre te había despertado de mañana, te llevó el desayuno, te ayudó con los deberes, te acompañó a crecer. Con qué facilitad juzgamos muchas veces estos recuerdos de nuestra niñez, con qué dureza.

“El perdón es la venganza de los hombres buenos” afirma Carlos Díaz Hernández, es la venganza porque nos ayuda a sanar, y cuando logramos perdonar ya no podemos seguir eternamente reclamando ni sintiéndonos víctimas. “No perdonamos lo que podemos perdonar, perdonamos lo que no podemos perdonar” como dice Kovadloff. Me parece una expresión muy clara y directa al corazón, se perdona lo imperdonable, lo que no podemos perdonar. Puede ser que el lector se esté preguntando entonces ¿cuándo el perdón es debilidad o fortaleza? Podemos entender el perdón como fortaleza cuando nos ayuda a reparar lo generado por la ofensa, por eso uno puede arrepentirse y eso es señal de salud. Actitud diferente al que afirma: “¡no me arrepiento de nada!”. Cuando uno pide perdón de forma responsable, se para frente al otro, frente al ofendido, se expone para ver si es perdonado o no.
Entramos aquí en otro aspecto, que es el del ofendido: la otra persona puede no querer perdonar (damos con la salud o neurosis del otro también,) puede no poder perdonar, puede querer pero no poder, e incluso puede querer y poder perdonar, pero aun así rechazar el perdón. La inteligencia espiritual también nos permite hospedar el perdón del otro, lo cual nos ayudará a perdonarnos a nosotros mismos.
Kierkegaard afirma: “Es bueno recordar para no recaer, pero recordarlo como perdonado”. Cuántas veces uno escucha de nuevo el lamento del neurótico “Yo perdono, pero no olvido”, no hace falta ser psicólogo para darse cuenta de que no pudo perdonar. Uno triunfa cuando ya se olvidó de que perdonó.
Incluso en algunas situaciones creemos que el otro sigue ofendido por algo que pasó hace tiempo y, sin embargo, ya perdonó. El vínculo siempre nos une y nos salva, el vínculo sano que incluye el perdón como camino de humanidad y de fortaleza espiritual. En cambio, el que se vincula desde lo enfermo se mantiene “abrazado al rencor” como dice el dicho: “hasta que él no me pida perdón no me muevo” o “no me verás más por ahí”. Y así uno ha acompañado a tantas familias y a tantas organizaciones que sufren por vínculos dañados, donde hace falta la paz, la calma, el perdón. El perdón lleva a pacificar a la familia y a muchas empresas. L. Binswanger, maestro de Viktor Frankl y pionero en el análisis existencial, afirma: “El encuentro es ser con otros en presencia genuina, es decir, en el presente que está en continuidad con el pasado y que lleva en germen las posibilidades del futuro”.
En el encuentro existencial genuino, se sana el pasado y se abre el futuro. Por eso me descubro muchas veces cuando acompaño a personas que están distanciadas, padres con hijos, socios en empresas, dando este simple consejo: “Da el paso tú, llamalo y pasá por ahí, no esperes por el otro y no hables de lo que pasó, que muchas veces sirve para seguir alimentando el conflicto y lejos de unir los seguirá separando. Llamalo o llamala, los celulares de hoy tienen una tecnología increíble que permite digitar un número y que la otra persona te atienda en vivo del otro lado. Escuchá su voz, que él /ella escuche la tuya. Y
celebren el encuentro que lleve a la reconciliación”.
Estamos “curados” cuando crece nuestra capacidad para agradecer a los demás. Cuanto más enfermos estamos, más nos preocupamos por nosotros mismos. Por eso las terapias verbales e individuales deben cuidar mucho este tema, porque si uno habla todo el tiempo de uno mismo, puede enfermarse más.
Cuando uno puede llamar a la pareja del paciente o hacer terapia de grupo, ya se pone en juego lo vincular, lo trascendente, donde el paciente debe escuchar a otros y no siempre hablar de sí mismo. Y si estamos en terapia individual, el terapeuta debe también alzar su voz, hacerle ver al otro que él no es un simple “espejo” en el cual se refleja el otro, sino que es un otro, un otro que habilita el encuentro. Por eso decimos que para amar debe haber más amor que dolor, para poder ayudar a sanar en cualquier tipo de relación, debe primar el amor al dolor. “Amar más de lo que nos duele el dolor del otro. ¡Si no amo más, no puedo acompañar!”. Si el posible dolor del otro me duele antes de lo que le duela al otro y si no quiero que le duela intentaré evitar su dolor y que sufra, pero de esa manera lo
exilio del aprendizaje que trae el dolor. El que ama perdona, acompaña y agradece. Cuántas veces el haber vivido sufrimientos o conflictos, tanto en la familia como en el trabajo, nos ayuda a salir más fortalecidos. En logoterapia siempre decimos que tratamos de ayudar a que el otro salga de ese lugar de niño que no perdona, que no agradece, que eternamente reclama para ser un adulto, que deja de ser hijo, que asume el riesgo de vivir, que sale de la postura de víctima para tomar la vida en su manos, como le gustaba decir siempre al querido Lucas del Valle. En el fondo, se trata de ayudar a crecer, a madurar con alegría, y es ser adulto sin más. Se trata de dejar atrás al niño, el Peter Pan, el adulto frágil, del mundo liquido con vínculos licuables para construir vínculos sólidos.

Agradecer nos ayuda a estar en paz con nuestra historia. Dejar de ser hijo es crecer. Es también permitir que nuestros padres vivan su tercera edad con alegría, en calma y en paz por haber hecho lo mejor que pudieron. Cuando le confunden la voz a un adolescente con su padre o madre, este suele enojarse, aclarando que son dos personas diferentes. Este enojo es normal, incluso sano, ya que la persona está en plena construcción de su identidad. Pero es común escuchar a algunos adultos decir con 30, 40 o 50 años: “No, no soy mi padre” en forma neurótica y desagradecida. En el fondo el neurótico es un desagradecido, si se me permite una expresión no tan académica. Uno puede responder con alegría, porque de ahí venimos: “Hola, soy Fulano, qué alegría que me confundas con papá, no soy papá, pero te paso con él”. Porque en el fondo sí soy, en muchas cosas, y estoy orgulloso de que ese legado que nos transmitió siga vivo en mi voz, en mis palabras, en mis acciones. Sin caprichos, con adultez, sin berrinche, “con gran gusto, te paso con mi mamá, ella estaba esperando tu llamada…”.

Gracias a la vida que nos permite agradecer. El que agradece despeja su alma del rencor que tira para atrás, y mira al futuro con otra luz. Agradecer a los abuelos, a los padres, a los maestros, a todos quienes pueblan nuestra “red de sentido” y nos ayudan a comprender que “quien no sabe de dónde viene, no puede saber a dónde va”. Agradecer para poder seguir caminando.

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